El libro plantea las experiencias y confesiones de una maestra sobre la
formación del lector. Para la maestra
leer es una suerte de renuncia, de abandono, de extrañamiento porque
cuando leemos todo se dispone en una actitud expectante y temeraria a la vez.
Cuando leemos decidimos entrar en una estancia de la vida que es
solitaria, acogedora y la más consoladora también. La lectura puede ser el
origen de una metamorfosis personal, ¿De qué manera? comenzar un libro, recrear
imaginativamente la vida de sus personajes, alumbrarlos con nuevas luces, dotarlos de significados y a la vez recibir
de ellos aclaraciones de nuestra propia vida.
Cuando leemos, el tiempo se disipa, nos entregamos a un acto
desprovisto de motivo o ventaja material. Es el momento en el que el tiempo nos
pertenece por entero.
Leer es una suerte
de rebelión contra la tiranía de hacer que cada acto de nuestras vidas tenga
algún provecho.
Una de las más
subversivas conquistas culturales de la humanidad es la de la lectura por puro
deleite.
La experiencia de
leer a nadie deja intacto, lo fundamental es saber que la lectura puede
transformarnos, hacernos ver más allá de lo visible, presentir lo que la vida
nos deparará, saber por encima de nuestras capacidades y de nuestra historia.
Con este sentimiento de oportunidad deberíamos siempre leerles a los niños,
tenemos la obligación de hacerles ver y confiar en las promesas de la lectura.
Cuando leemos
tratamos de entender un mundo ajeno y consumado, escribir en cambio lo
concebimos.
Para la maestra
escribir es adiestrar la mirada, por ello, quien lee tiene mayor capacidad de
abrir los ojos al mundo y cultivar su mirada. La escritura permite fijar las
visiones del mundo, rebatir la fugacidad de la vida, preservar las cosas que
importan. Al escribir la mirada se hace más aguda, repara en lo minúsculo u
olvidado que sucede a nuestro lado, con lo cual, vamos aprendiendo a distinguir
y a optar.
Aprender a narrar
nos permite examinarnos a la par que hacernos, pues las palabras que nos sirven
para dar nombre a lo que descubrimos en nosotros sirve también para armar lo
que queremos ser, como si al trazar con el dedo unas letras en el espejo
contemplamos nuestro rostro interior.
Los niños, como los
adultos, necesitan contar y contarse
sus sentimientos y alguien debe enseñarles
a hacerlo.
Si confiáramos de
verdad en la potestad de la educación deberíamos hacer de la escritura una
continua celebración.
Escribir, lo saben
bien los escritores, es un acto liberador, fascinante y gozoso, pero que abruma
e intimida a la vez.
Los escritores
están en un permanente aprendizaje, por ello, aprender a escribir debería
servir a los alumnos para entender que se trata de conmover o alumbrar un
lector, no solo para sustentar ejercicios escolares.
La maestra nos
recomienda que en las clases deberíamos perder el temor a leer a
Aristóteles, a Immanuel Kant, a John
Dewey, a Antonio Machado, a Paulo Freire, aunque pudieran tacharnos de
anacrónicas.
Educar, hoy como ayer, significa instruir en el ejercicio
de la razón, en la búsqueda del conocimiento y la verdad. Si de veras creemos
en la educación plena de las personas, deberíamos considerar que las artes y la
literatura, al igual que las ciencias comparten una misma pasión por explorar
la realidad, por hacer comprensible la condición humana y la naturaleza que nos
rodea.
Quizá deberíamos
aspirar tan solo a que uno de nuestros alumnos pudiera decir de nosotros lo que
George Steiner (1998) afirmó de sus maestros: “He tenido suerte con mis
maestros lograron persuadirme de que, en la mejor de sus formas, la relación
maestro alumno es una alegoría del amor desinteresado”.
Cuando comencé a
leer este libro, por su tamaño pensé que sería un proceso rápido, ya que el
libro es delgado y hace parte de las opciones de lectura en la asignatura de
lengua y literatura II.
Lo que no suponía
era toparme con un libro que tras cada nuevo comentario de las experiencias
significativas de lectura, pudiera
trasladarme a mi propia vivencia de la lectura en distintos momentos de mi
biografía lectora.
Cuando lo vas
leyendo te identificas con una gran cantidad de experiencias de otros lectores
y escritores, no solo en sus grandes logros, sino, también en sus atascos.
Este libro abre una
ventana al verdadero significado de la lectura y la escritura, como mirar a la
luna es una afirmación clara de cómo llegar a ser un lector y escritor, mirar
la luna sabiendo que está iluminada por otro y por nuestra perspectiva.
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