Desde los barrios humildes de Buenos Aires emergió una voz distinta, clara y cercana. Jorge Mario Bergoglio, un hijo de inmigrantes italianos, conocía de primera mano la vida en las periferias. Caminó las calles polvorientas de los barrios populares, compartió mate con los vecinos, y escuchó, más que habló, los susurros de un pueblo golpeado por la pobreza y la indiferencia.
En 2013, el mundo
lo vio subir al balcón del Vaticano y pronunciar una palabra que resonó como un
suspiro de renovación: Francisco. No eligió ese nombre por azar. Lo hizo por
San Francisco de Asís, el santo de los pobres, de la humildad, del cuidado de la
creación. Ese gesto, sencillo y potente, ya anunciaba el tipo de pontificado
que estaba por comenzar.
Francisco se
convirtió en el primer Papa latinoamericano y el primer jesuita en ocupar la
Sede de Pedro. Pero más allá de los títulos, fue un Papa que bajó al llano. No
hablaba desde el trono, sino desde el corazón. Le hablaba al mundo de un Dios
que no juzga, sino que camina con su pueblo, incluso y sobre todo en medio del cansancio, el dolor
y la exclusión. “La realidad se ve mejor desde la periferia”, solía decir.
Durante su papado,
visitó 66 países. No fueron solo viajes diplomáticos, sino encuentros
verdaderos con los pueblos. Saludó a pie de calle, abrazó a los niños, a los
ancianos, a los que la sociedad suele olvidar. Se sentó con migrantes, lavó los
pies de presos, lloró con víctimas de abuso, y alzó la voz por la justicia
social, el medio ambiente y la paz.
Su mensaje fue
siempre claro: una Iglesia abierta, samaritana, misericordiosa. Una Iglesia que
no se encierra en sus muros, sino que sale al encuentro del otro. Con su estilo
austero, su sonrisa franca y su lenguaje directo, Francisco conquistó la esperanza
de millones. Nos hizo creer que otra Iglesia es posible.
El libro “Te deseo la felicidad” del Papa Francisco es un tesoro espiritual
oportuno en este tiempo Pascual, en este tiempo en que le despedimos
físicamente y para cualquier momento del
camino cristiano. Desde sus primeras páginas, el texto nos invita a descubrir
que el querer de Dios no es otro que nuestra felicidad. No se trata de
cualquier felicidad, sino de la que brota del Evangelio, de sabernos
acompañados por el Señor que camina con nosotros, nos libera y da sentido a
nuestra historia.
El mensaje
trasversal del libro es la Esperanza: la fe cristiana es una mirada cargada de
vida y futuro, porque para los que creemos, la muerte y el odio no tienen la
última palabra. La esperanza resplandece como un sol que nunca se apaga,
guiándonos hacia la plenitud prometida. El Papa nos recuerda que Jesús no es
solo la meta de nuestra vida, sino también nuestra compañía constante: la
gracia que nos sostiene, el abrazo que ya comienza aquí y ahora.
El primer capítulo,
que presenta 15 pasos hacia la felicidad, es una verdadera guía espiritual,
accesible y profunda. Cada paso desde la importancia de mirar dentro de uno
mismo, descubrir la propia unicidad, abrazar el perdón, vivir la gratuidad o
caminar con otros refleja el amor y la ternura de un Dios cercano, que nos
quiere libres, alegres y comprometidos. La pedagogía del Papa está impregnada
de realismo evangélico: nos anima a vivir con valentía, sin miedo al fracaso,
confiando siempre en que lo mejor está por llegar.
Este libro se Ha ido convirtiendo en luz en los momentos de lectura espiritual, es una buena herramienta para la reflexión personal y comunitaria. Su
lenguaje sencillo y evangélico, es accesible a lectores de todas las edades,
además, es un texto para meditar, compartir y orar.
Recomiendo este
libro como lectura espiritual
porque en él se combinan reflexiones
y homilías del Papa Francisco sobre la
verdadera felicidad con citas de autores y películas que marcaron su vida, como San Agustín y
Dostoievski. En él se percibe el
verdadero legado del Papa Francisco: un pastor que nos habló al corazón, que
creyó en el bien, en la luz y en el amor como fuerzas que cambian el mundo. Un
libro que, sin duda, renueva la esperanza y fortalece.
“El
secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino también
en saber para qué se vive”.
Dostoievski.
Angy Carolina Joza Valencia.
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